En tan pocos años de existencia en un universo tan antiguo, una vida humana que no es más que un momento entre el cosmos, he sabido bien que los más ambiciosos son aquellos que ya están muertos, quisieron ir por todo y terminaron muertos por nada.
En este laberinto de sueños y realidades, los anhelos de los más ambiciosos parecen destellantes estrellas fugaces que se apagan en el firmamento del tiempo. Atrapados en la búsqueda incesante de riquezas, poder y reconocimiento, se extravían en un océano sin fin de deseos insaciables.
Observo cómo las huellas de aquellos que se lanzaron audazmente hacia lo desconocido quedan impresas en la historia. Sus logros y fracasos, sus éxitos y derrotas, se entrelazan formando una red de experiencias que trascienden el tiempo y el espacio.
Yace la advertencia para aquellos que miran con ojos llenos de codicia y desmesura. ¿Qué importa amasar fortunas si no somos capaces de disfrutar de la simplicidad de un atardecer o la calidez de un abrazo? ¿Qué valor tienen los tesoros terrenales si el corazón yace desolado en una búsqueda sin fin?
Los más sabios aprenden que la verdadera riqueza reside en los momentos compartidos, en la paz interior encontrada en medio de la tormenta, en la conexión con nuestros seres queridos y con el entorno que nos rodea. Son aquellos que no se dejan cegar por el brillo efímero de la ambición quienes descubren la belleza de la existencia en cada paso que dan.
En el torbellino de la vida, la sabiduría nos susurra al oído que no es necesario conquistarlo todo para sentirnos completos. Que el tesoro más preciado está en el corazón, en la capacidad de amar y ser amados, en la empatía y la compasión hacia nuestros semejantes.
Así, mientras las estrellas del cosmos continúan su danza eterna, aprendamos de los que dejaron un legado, de aquellos cuyos errores y aciertos nos enseñan valiosas lecciones. Que nuestras ambiciones estén guiadas por la humildad y el deseo de hacer del mundo un lugar mejor, no solo para nosotros, sino para todos aquellos que comparten este breve y asombroso momento en la vastedad del universo.
Que nuestras vidas sean una historia que inspire, que motive a otros a valorar lo esencial y a encontrar la plenitud en lo simple y genuino. Que en este efímero instante que compartimos, podamos dejar una huella significativa que trascienda a través del tiempo y hable de nuestra comprensión de la vida y de su verdadero significado.
En este viaje por la existencia, somos navegantes en un mar de posibilidades. Aprovechemos cada amanecer y atardecer, cada sonrisa y cada lágrima, como oportunidades para descubrir el propósito de nuestra breve y valiosa travesía. Y así, en el eterno ciclo de la vida, nuestra historia se entrelazará con las estrellas y perdurará como un recuerdo brillante en el corazón de quienes nos recuerden.
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